Entre lo público y lo privado. La encrucijada del trovador

 
En sus Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes afirma que
"históricamente, el discurso de la ausencia lo pronuncia la Mujer; la Mujer es sedentaria, el Hombre es cazador, viajero; la Mujer es fiel, el Hombre es rondador. Es la Mujer quien da forma a la ausencia, puesto que tiene tiempo para ello; teje y canta; las Hilanderas, los cantos de las tejedoras dicen a la vez la inmovilidad (…) y la ausencia (…)".
Podemos ligar estos motivos de la Mujer sedentaria, circunscripta a lo doméstico y lo afectivo, y el Hombre viajero, llamado a realizarse en el afuera, tanto a la división tradicional de roles y tareas según el género realizada por la cultura patriarcal como a la escisión entre lo social y lo privado que también rige nuestra cultura.
Dentro de los esquemas binarios más arraigados de la razón burguesa, se encuentra el que escinde lo público de lo privado, lo social de lo íntimo. De acuerdo a esta concepción, la esfera de lo público es la del dominio (de sí mismo, de uno mismo hacia los demás o de los demás hacia uno, de acuerdo a la clase social a la que se pertenezca), de lo objetivo, de la uniformidad, de las decisiones políticas, de la sujeción a leyes generales; mientras la esfera de lo privado es la de la subjetividad, de la expresión del yo, de los vínculos afectivos. Este deslinde produce un curioso balance: por un lado, se vincula la esfera de lo social a los valores dominantes (la razón, el progreso, el utilitarismo); por otro, se vincula el ámbito privado con aquello reprimido por la razón dominante pero, a su vez, se lo consagra e idealiza como realización del yo, realización sin aparentes consecuencias prácticas en la esfera social.
Raymond Williams analiza estos mecanismos de separación de lo público y lo privado y la consecuente experimentación del primero como algo objetivado y alienante:
"Entonces, si lo social es lo fijo y explícito –las relaciones, instituciones, formaciones y posiciones conocidas—todo lo que es presente y en movimiento, todo lo que escapa o parece escapar de lo fijo, lo explícito y lo conocido, es comprendido y definido como lo personal: esto, aquí, ahora, vivo, activo, 'subjetivo'".
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando lo social, cuando el afuera, son percibidos como elementos vivos, en movimiento y nos interpelan como sujetos? ¿Qué sucede cuando lo privado asfixia, cuando la intimidad resulta enviciada y redundante, cuando el afuera se convierte en una necesidad y una promesa de aire libre? Y ¿qué sucede cuando lo privado motiva, impulsa a trascenderlo, cuando en el ámbito de lo íntimo transformamos nuestra sensibilidad y con esa sensibilidad nueva queremos transformar lo que nos circunda? En cualquier caso, sucede que las relaciones entre lo público y lo privado son más complejas e intrincadas que lo que a los cánones de la cultura burguesa le gustaría. Subyace a las dicotomías planteadas por esta una concepción errónea de base, que consiste en considerar la experiencia colectiva, la praxis social y política, como un proceso necesario pero esencialmente alienante, que viene a coartar los deseos e impulsos naturales de un individuo pre-social idealizado:
"Una separación de esta índole conduce directamente a una 'sociedad' objetivista, alienada, de funcionamiento 'inconsciente', y a una comprensión de los individuos como presociales o incluso antisociales. 'Lo individual' o 'el genotipo' se transforman en fuerzas extrasociales positivas".
¿Cómo reformular, pues, estas concepciones? La puesta en marcha de un proyecto histórico-político que se centre en lo colectivo y en el rechazo al individualismo burgués no conlleva directa, inmediata ni necesariamente a dicha reformulación, la cual también puede darse de manera más subterránea. Raymond Williams llama cambios en la estructura del sentimiento a las modificaciones que en un período no se elaboran de manera completamente explícita y consciente y que se dan en el marco de la tensión entre la conciencia oficial y la conciencia práctica:
"Las estructuras del sentimiento pueden ser como experiencias sociales en solución, a diferencia de otras formaciones sociales semánticas que han sido precipitadas y resultan más evidente e inmediatamente asequibles. No todo el arte, de modo alguno, remite a una estructura de sentimiento contemporánea. Las formaciones efectivas de la mayor parte del arte actual se relacionan con relaciones sociales que son ya manifiestas, dominantes o residuales, y es originariamente con las formaciones emergentes (aunque a menudo en forma de una perturbación o la modificación dentro de las antiguas formas) con las que la estructura del sentimiento, como solución, se relaciona".
Williams habla de perturbación o modificación dentro de las antiguas formas. Los cambios en la estructura del sentimiento, pues, no suelen construirse ni percibirse de manera completamente acabada y explícita, sino que muchas veces aparecen como fisuras, como reformulaciones, como percepción de las contradicciones de las formas de sensibilidad dominantes.
Dos canciones de autores contemporáneos, “Días y flores”, de Silvio Rodríguez, y “Al mismo tiempo”, de Fernando Cabrera, pueden ser leídas en esta clave, como asunción de las contradicciones de las formas de vivir lo público y lo privado y, dentro de este último, las relaciones de pareja.
Ya desde su título, la canción de Cabrera anuncia una contradicción, una presentación en simultáneo de situaciones que se suponen opuestas: los diferentes efectos que suscita en la voz enunciadora (un yo lírico masculino) su compañera femenina, quien, por un lado, pretende retenerlo en el ámbito de lo doméstico y, por el otro, lo impulsa con aires y convicciones renovados hacia el mundo exterior: “Al mismo tiempo que me pone una cadena/ ahuyenta miedos que trancan mi libertad. (…) Me dice cosas que me hacen cree en algo/ y me retiene si quiero echar a andar”. La mujer aparece como consciente de esta contradicción, que se presenta como inevitable: “Se quedaría siempre conmigo adentro, /pero sabe que no hay modo de echarse atrás”. La letra de la canción se construye como una serie de paralelismos y de antítesis que no encuentran una resolución: “la vida dice que sí,/ la vida dice que no. (…) Su cara me lo negó/ su cara me lo afirmó”. La resolución queda pospuesta para el momento postrero (“yo sé que nos vemos en el final”, “yo sé que mi camino termina acá”), y ni siquiera es una resolución en el sentido estricto del término, en tanto no implica una superación de las contradicciones, sino más bien una certeza intuitiva que las anula y que inclina la balanza a favor de uno de los lados, el de la intimidad y la relación de pareja. Se da entonces una curiosa compensación: si a lo largo de la canción el adentro está cargado de valoraciones negativas (cadena, retener), contrapuestas a la libertad propuesta por el afuera, al final el adentro gana la partida; se revela entonces como un núcleo primigenio al que se vuelve, enriquecido, tras realizar el periplo que ese mismo adentro impulsó.
En cuanto a la canción de Rodríguez, el título “Días y flores” puede interpretarse como una antítesis entre la experiencia de continuidad y uniformidad de lo social objetivante y la experiencia estética, viva, de lo privado. No obstante, la canción también invita a desarticular ese esquema rígido. El plural de los dos sustantivos del título habilita a pensar que no todos los días y no todas las flores son iguales, vale decir, que tanto las experiencias públicas como las privadas son diversas y que ambas puedes ser fuente de inspiración o de alienación.
En los primeros versos, rápidamente notamos la tensión entre el adentro donde se encuentra la mujer y el afuera, el bosque al que se dirige el yo lírico: “Si me levanto temprano,/fresco y curado, claro y feliz,/y te digo: «voy al bosque/para aliviarme de ti»,/sabe que dentro tengo un tesoro/que me llega a la raíz”.
Llama la atención en primer lugar que se parta del adentro en busca de alivio, como si se estuviera saturado de un ámbito puramente doméstico e íntimo, y que el móvil no sea la coerción externa sino un impulso interior. Llama la atención también que vuelva cargado, enriquecido: “Si luego vuelvo cargado/ con muchas flores —mucho color—/ y te las pongo en la risa,/ en la ternura, en la voz,/es que he mojado en flor mi camisa/ para teñir su sudor”.
La relación con el afuera, con lo social, no se plantea entonces como una imposición coactiva, sino como una necesidad interna, un impulso tan válido como el que luego llama a volver al hogar, y que enriquece la vida en este. No obstante, este panorama armónico se disuelve en una vuelta a casa más conflictiva, cargada ahora de frustraciones ante situaciones injustas que se enumeran y se igualan por el sentimiento de rabia que producen. La voz enunciadora se encarga de tensionar los polos lo más posible: “Si hay días que vuelvo cansado,/ sucio de tiempo,/ sin para amor,/ es que regreso del mundo,/ no del bosque no del sol”. Regresa del mundo, como si su hogar no estuviese en él. Y este hogar (y su mujer en él, cuyo rol de quietud es matizado al ser llamada “compañera”, con una clara connotación de paridad socio-política) se convierten ahora en el refugio donde aliviarse del mundo, donde limpiarse de la suciedad que la generó.
No obstante, sería erróneo suponer que este refugio lo es en el sentido del hogar burgués. El hogar-refugio de “Días y flores” no constituye un punto de llegada inamovible, es un momento más en la incesante dialéctica entre lo íntimo y lo colectivo, que atraen y repelen al yo lírico y lo cargan de experiencias para enriquecerse y enriquecer ambos ámbitos. La contaminación de estos dos espacios, la erotización de la actividad social al hacerla partir de un impulso y la politización de lo íntimo al considerarlo donde fortalecerse para la lucha, constituyen un interesante y logrado esfuerzo de lo que Marcuse llama una sublimación no represiva, una extensión de la libido la totalidad humana . Podemos notar en esta apuesta incesante a la dialéctica y a la alternancia entre los ámbitos una diferencia con respecto a la canción de Cabrera y su promesa de un retorno final a lo doméstico. Aun así, una inclinación similar hacia este ámbito se deja entrever en la los últimos versos de la canción de Rodríguez: “En esos días, compañera, /ponte alma nueva/ para mi más bella flor”. Las expresiones máximas de la belleza y de la realización parecerían de nuevo estar del lado de lo íntimo y del amor romántico.
Saturación de lo íntimo, erotización de lo público, politización de lo privado, reformulaciones y vueltas de tuerca a las concepciones del hogar y la familia burgueses. Rodríguez y Cabrera exploran las hendijas de los esquemas binarios occidentales, no con ínfulas de una superación sobreactuada, sino conscientes de que esos esquemas transitan las subjetividades de todos, incluso de quienes queremos trascenderlos. Es llamativo, no obstante, que dentro de todas las reformulaciones propuestas por los autores no quepa la posibilidad de una mujer que trascienda el adentro. En las dos composiciones la compañera, aunque actúe como inspiración para la partida, se queda adentro, esperando, como la hilandera descrita por Barthes, como la mujer burguesa que espera en la casa-estuche caracterizada por Benjamin. Sería interesante pensar en una estructura del sentimiento, en una modificación de la sensibilidad, que hiciera de hombres y mujeres partes iguales en las contradicciones generadas entre lo público y lo privado. Sería interesante, en fin, que la compañera también anduviera por sus caminos, aunque así se pierdan la tranquilidad de saberla esperando en casa mientras se anda por el bosque y la certeza de encontrarla en el final.
Bibliografía
Barthes, Roland, Fragmentos de un discurso amoroso, México, Siglo veintiuno, 1993.
Benjamin, Walter, Iluminaciones II. Madrid, Taurus, 1972.
Cabrera, Fernando, “Al mismo tiempo”, en Mateo & Cabrera, 1987.
Marcuse, Herbert, Eros y civilización, Madrid, Seix Barral, 1983.
Rodríguez, Silvio, “Días y Flores”, en Días y Flores, 1975.
Williams, Raymond, Marxismo y literatura, Buenos Aires, Las cuarenta, 2009.

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