Sobre Svidrigailov y Scrooge

 Svidrigailov, el ex patrón de la hermana de Raskolnikov en “Crimen y Castigo”, es de los personajes más interesantes de la novela. Acosador y maltratador, probablemente abusador y asesino, cínico al extremo, Svidrigailov muestra también una comprensión muy honda e incisiva de los otros seres humanos –especialmente de Raskolnikov--, es capaz de actos de generosidad y deja entrever una culpa que cala a pesar de su cinismo. Su final es trágico: se pega un tiro en la calle, frente a un guardia al que le dirige sus últimas palabras: “Diles que me he ido a América”.

Sus contradicciones, su carácter impredecible y su misterio lo hacen un personaje paradigmático de la literatura de Dostoievski en particular y del realismo ruso del siglo XIX en general. Svidrigailov es dueño de una vitalidad, una oscilación pendular y una agitación interior que Berman y Auerbach advirtieron como rasgos característicos de la novela rusa decimonónica, inhallables con igual intensidad en otras literaturas europeas de la época.
Cabe seguir comparando a Dostoievski y a Dickens. Se pueden establecer algunos puntos de contacto interesantes entre Svidrigailov y Scrooge, el anciano de “Canción de Navidad”. En un principio, los dos son ricos y deleznables. Ambos viven un proceso de transformación que los lleva a replantearse su pasado y a realizar actos de generosidad. En los dos casos, ese proceso de transformación involucra fantasmas o visiones: los espíritus de la Navidad visitan a Scrooge; la imagen de su esposa muerta y la de una misteriosa niña atormentan a Svidrigailov.
Ahora bien, la suerte y el temperamento de los personajes difieren ostensiblemente. Tras la visita de los espíritus, Scrooge se arrepiente, se transforma y se redime. Su final es dichoso. Tras la agitada noche de sus visiones, al día siguiente compra un pavo, celebra Navidad, primero con su sobrino y después con su empleado, a cuyo hijo enfermo apadrina. Todo es lineal en su historia: en un principio era muy malo, tiene una serie de visiones y se hace muy bueno; ergo, se salva. Tanto su maldad inicial como su bondad postrera tienen una razón bien precisa: respectivamente, su obsesión por el dinero y la develación del futuro de desolación y condena que lo espera.
Para Svidrigailov, por el contrario, nada es lineal. Sus peripecias y su alma son más bien un espiral tortuoso. Regala dinero a Sonia y sus hermanos huérfanos sin razón aparente, pero ese desprendimiento no alivia su consciencia: es después de efectuarlo que ve a su mujer y a la niña. Sus fantasmas no se conjuran a fuerza de caridad. Tras tener estas visiones, se suicida. Ni las razones de su empecinada crueldad ni las de su repentina benevolencia quedan claras para el lector, y es de sospechar que tampoco lo son para él mismo.
A pesar de que Scrooge ha hecho cosas menos terribles y que logra salvarse, me resulta más antipático que Svidrigailov. No solo porque la representación que hace Dickens de la tradicional figura del avaro de tan arquetípica se vuelve estereotipada, sino también porque sospecho que su transformación es solo superficial y que el personaje nunca deja de estar movido por una misma razón: la conveniencia. Su empecinamiento en acumular capital no deviene de un apego sensual a las cosas de las que el dinero puede proveer, ni siquiera de un goce enfermizo por el poder que este otorga; a Scrooge simplemente le gusta ser rico porque es lo que conviene en el mundo donde vive. Del mismo modo, su abrupta conversión no está exenta de cálculo: es advertido de que si no cambia, será condenado; pero si lo hace, será salvado. Le conviene cambiar, entonces cambia. Y, a decir verdad, la salvación le salió barata: un pavo, el tratamiento médico de Tim y una visita a los parientes. Una redención a la medida del Rotary Club.
El derrotero de Svidrigailov, aunque más atroz, tiene resortes más oscuros y por eso más humanos. Para él existen la tentación, el capricho, la culpa, la posibilidad de mirarse a sí mismo y mirar a los demás con risa, con piedad y con asco. Existe, sobre todo, una profunda curiosidad por todo lo humano, nada de lo cual le es ajeno, un deseo de inmiscuirse en la vida de los demás (de Raskolnikov, de Dunia, de Sonia y sus hermanos), de conocer hasta sus pliegues más íntimos, ya sea para salvarlos o perderlos, más allá de cualquier conveniencia.
La curiosidad por lo humano en toda su amplitud que caracteriza a Svidrigailov y la superficialidad mecánica de Scrooge son buenas síntesis de los respectivos textos que les dan vida.

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