Algunas impresiones de "Akata Mikuy", de Alberto Cisnero

 

"Me enseñaste a hablar, y el provecho que saco es el de poder maldercirte. ¡Que te dé la peste roja por haberme enseñado tu lengua!". 
Es larga la tradición crítica que ve en Calibán, el esclavo de Próspero en "La tempestad", un emblema del sujeto colonizado. En las famosas líneas de arriba, Shakespeare penetra agudamente en una contradicción de este sujeto: hablar la lengua de su colonizador. Sin embargo, algo no cierra del todo: Próspero le enseñó a hablar a su esclavo; no es que le enseñó una determinada lengua, sino a hablar, a secas. ¿Acaso Calibán no hablaba antes de la llegada del amo? 
"Akata Mikuy", de Alberto Cisnero, reniega, cual Calibán, de la lengua en la que habla: "(...)el castellano de la segura fuente / de ingreso suplementario y de la adecuada ubicación / de frases subordinadas no es el castellano nuestro" (p. 31); pero, a diferencia del personaje shakespeariano, sabe de otra lengua, anterior a la del invasor, y se empeña en recuperarla. El título del libro, un insulto en quichua, es un ejemplo de que el oprimido no siempre necesita de la lengua del opresor para maldecirlo. 
La reivindicación de una voz históricamente negada recorre todo el libro de Cisnero, que evita con destreza los lugares comunes de la poesía comprometida. "Akata Mikuy" no va de arengas en tono solemne o grandilocuente, tampoco de regodeo en la victimización. Va, en cambio, de un trabajo constante con el lenguaje, y la muy acertada construcción de un yo lírico contradictorio e irreverente, que es consciente del acto poético que ejecuta y celebra su posición periférica desde los primeros versos: "ahora voy a cantar mi propia canción, canalla / y popular" (p. 11). 
Como advierte Diego Sampo en el prólogo, "Akata Mikuy" se propone construir una genealogía. Sin ser exhaustiva, apunto aquí algunos de los claros referentes de ese linaje de la periferia que aparecen en el libro. Las citas al Martín Fierro son claras: nótense, a modo de ejemplos, la similitud de los dos comienzos --"Aquí me pongo a cantar"; "ahora voy a cantar"-- y la importancia de la figura del desertor en este libro de Cisnero. También está presente Arlt, especialmente en la exaltación orgullosa de una escritura hecha en condiciones desfavorables, lejos de las comodidades burguesas en las que escriben otros, más privilegiados: "(...)un deseo estético heredero / de un sectario que no hace negocios, ni compra / tierras ni trafica con impuestos: con palabras, / infrascritos, con palabras. fomentar la intranquilidad  / y el desorden (...)". Finalmente, aunque no hay alusiones tan directas, también es posible encontrar en Cisnero la influencia de autores como Arguedas, Rulfo y Vallejo, cuya sintaxis elíptica, disruptiva, cargada de giros alejados del español estándar, evidencia la presencia de las lenguas indígenas, tal como sucede en este libro. 
La voz de "Akata Mikuy" es desconfiada. Desconfía, en primer lugar, de la palabra, especialmente de la palabra escrita, y especialmente de la escritura literaria: "...escribir es una forma / como cualquier otra de verificar / nuestra debilidad" (p. 40); "(...) el verso medido, / incluso libre, no vale una tortilla santiagueña, / akata mikuy. el estómago es anterior a cualquier / complejidad teórica (...)".  Como se lee, hay en el libro una reivindación de un ámbito ajeno a la literatura, una preferencia del mundo y el cuerpo por sobre la  palabra, y del trabajo corporal por sobre el intelectual. De hecho, hay un desdén por el ambiente cultural y literario, dadas su obsecuencia y su falta de vitalidad y de contacto con lo popular. 
De lo anterior se desprende que la voz de "Akata Mikuy" es contradictoria: desconfía de la palabra pero habla; desconfía de la poesía pero se nos presenta en forma de poemas; reivindica una lengua oprimida pero casi nunca se expresa en ella. Estamos, en fin, ante la contradicción del que, viniendo del mundo popular,trabajador,indígena, se inserta --aun en un lugar periférico-- en el campo cultural blanco y burgués. La paradoja de Calibán no se resuelve sino que se complejiza: el yo lírico de este libro sabe que antes de la lengua que él habla había, y hay, otra lengua; que antes del mundo literario e intelectual que él habita había, y hay, otro mundo; se sabe heredero de esa lengua y ese mundo anteriores; pero no puede acceder a ellos de forma directa. El yo lírico sabe de sus contradicciones y desconfía también de su propia palabra: llega a referirse a los poemas del libro como  "estas papeletas  / (...) rendición periódica / de cuentas que gestionan los órganos / ante el aislamiento ocioso, el entretenimiento / y cuanto porfía entre ambos" (p. 30). 
Las contradicciones se evidencian especialmente en el uso de las personas gramaticales.  Además de la primera del singular, aparecen con insistencia un "vos/tú", un "ustedes/vosotros" y un "nosotros". El caso de "ustedes" es el más fácilmente delimitable: suele utilizarse para dirigirse, con desdén, a quienes ocupan un lugar central en el campo literario. "Nosotros" casi siempre alude al grupo de pertenencia del yo lírico, popular y periférico ("siempre nos supimos de afuera, exiliados", p. 13); pero, paradójicamente, con la primera persona del plural el yo lírico también se incluye a sí mismo en el mundillo literario al que critica: : "pero solemos decir embustes y creerlo" (p. 43). La segunda persona del singular alude tanto a  alguien a quien se evoca afectuosamente (parte de ese mundo primigenio perdido) como a alguien a quien se interpela con rispidez, que puede ser ora el lector, ora un escritor genuflexo a la institución literaria, ora el propio yo lírico: "¿Cuando era el turno dijiste lo tuyo, a campo abierto / y sin domesticidad? (...)?" (p. 41). 
Consciente de sus propias contradicciones, la voz de "Akata Mikuy" no incurre en la condescendencia. Por el contrario, se impone a sí misma un arte poética exigente, tendiente a la reparación de la pérdida primigenia, al recuerdo de la lengua y el mundo arrebatados ("[...]amamos / sólo aquellas palabras que pueden servirnos / de recuerdo. y nos sacudimos otras como moscas", p. 39) y a la resistencia a los embates de las corrientes literarias dominantes. Propósitos tales no se orientan a la consecución de una obra armónica y cerrada; por el contrario, exigen una poesía en alerta permanente,  irreverente, desconfiada --también de sí misma-- y dinámica.  Tal es la poesía de este libro: "Akata Mikuy" se puede medir con su propia vara.

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