A propósito de Lanata
Me encuentro entre la incomprensión y la discrepancia frente a los elogios al talento de Lanata. Hablo de incomprensión porque no conozco la totalidad de su obra; a lo mejor quienes lo elogian consideran algo que yo ignoro. Y hablo de discrepancia porque, en aquello que sí conozco del periodista, no observo la lucidez ni la maestría que otros aprecian.
Los elogios a su rol como director Página 12 suelen hacer hincapié en la renovación que el periodismo argentino experimentó gracias al diario. Entiendo que dicha renovación fue una labor colectiva, fruto de quienes han escrito en el diario, y no solamente de quien lo dirigió por siete años. Desde luego, su trabajo de dirección requirió de algunas virtudes que efectivamente desplegó: acierto para retomar, instituir y combinar tradiciones periodísticas ya existentes, sentido de la oportunidad, ingenio, pragmatismo, capacidad de conducción. Estas virtudes son valorables, pero distan bastante de la inteligencia, la cultura y el talento que algunos comentarios le atribuyen a Lanata. Finalmente, creo que hay una cierta idealización del “Lanata de Página 12” y del diario mismo, que va de la mano de una idealización de una época –los primeros años tras la recuperación de la democracia—que, vista con cierta distancia, no tiene mucho para idealizar.
Por otra parte, el derrotero de Lanata en las últimas décadas inevitablemente ensombrece cualquier virtud que su labor periodística haya sabido tener. Y no lo digo por sus virajes ideológicos, sino por la absoluta falta de honestidad y rigor con la que se condujo. ¿Cómo se puede tratar de “gran periodista” a alguien que durante años mintió sistemáticamente?
Finalmente, querría detenerme en la única novela de Lanata que leí: Muertos de amor, publicada por Alfaguara en 2007. Trata de la experiencia del Ejército Guerrillero del Pueblo en Orán, Salta, entre 1963 y 1964. El libro de Lanata se publicó en la misma época del debate denominado “No matarás”: una controversia iniciada por Oscar del Barco acerca del fusilamiento de dos miembros del EGP en manos de la misma agrupación y, en un sentido más amplio, acerca de la legitimidad de la violencia revolucionaria.
La entonación de Muertos de amor es entre irónica y desapegada, pero sin llevar estas características a ningún lugar arriesgado ni interesante; más bien, conserva siempre el distanciamiento pretendidamente cool que, se supone, un progresista bienpensante de los dos mil debería tener respecto de la guerrilla de los sesenta y setenta. El estilo fragmentario del texto, sus capítulos cortos y sus cambios de punto de vista solo contribuyen a la superficialidad.
Los únicos momentos de la novela que me resultaron interesantes son los relatos en primera de Héctor Jouvé, exmilitante del EGP que participó de la experiencia en Orán y se opuso a los fusilamientos. Los capítulos en los que Jouvé describe un encuentro con campesinos del lugar, narra su propia caída de un precipicio, relata la muerte accidental de un compañero y cuenta su encuentro con Julio Argentino Alsogaray son estremecedores. Pero esos episodios están tomados –en tres casos, casi íntegramente, y en otro, con leves modificaciones— de la entrevista a Jouvé realizada por Abril Schmucler y Ciro Del Barco, y publicada por la revista La Intemperie en 2004. Se trata, justamente, de la entrevista que suscitó la respuesta de Oscar del Barco y dio inicio al mencionado debate.
Los fragmentos extraídos de la entrevista a Jouvé no están citados ni entrecomillados en Muertos de amor. Al final, aparece una nota que alude en términos muy generales a la entrevista, sin decir que hay extractos de ella que aparecen en la novela.
Hallo en este episodio una condensación del perfil intelectual de Lanata, al menos hasta donde yo llego a apreciarlo: un hombre con ambiciones –en este caso, ganarse un lugar como escritor—y sentido de la oportunidad –publica la novela en medio del debate— pero carente de rigurosidad y talento.
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