De gustos, crítica y respeto

(Escrito en agosto de 2020, a razón de la publicación de un ensayo de Marina Closs sobre Saer y el debate que le siguió)

Tanto el ensayo de Marina Closs sobre Saer como el  debate que suscitó presentan ciertos elementos sobre los que vale la pena llamar la atención, y no precisamente por meritorios. Desconozco si estos desatinos son la regla o la excepción en la obra de la escritora o en las publicaciones de Eterna Cadencia, pero al margen de eso los encuentro  representativos de ciertas tendencias tristemente en boga. 

La primera tendencia a la que me refiero es la falta de rigurosidad y, sobre todo, de claridad. Cuando se lee el ensayo de Closs y muchas de las intervenciones que le subsiguieron, se tiene la impresión de  no saber a ciencia cierta qué se está discutiendo, qué se pretende demostrar ni de qué postulados se parte. 

En cuanto al ensayo, falla en la cuestión más elemental de cualquier pieza argumentativa: el planteo y la delimitación del tema. ¿De qué pretende hablar Closs? Decir que el tema de su texto es Saer es decir algo muy general; decir que es la obra del autor, también. Si alguien pretende abordar así, sin más, la obra de un autor, se sobreentiende que debe haberla leído completa. De no ser así, debería aclarar en qué libros va a centrarse. Sin embargo, Closs solo dice que leyó una página de Glosa. Luego cita otro texto, sin dignarse a decirnos si lo leyó completo o no. ¿De qué trata, entonces, su ensayo? ¿De El entenado (¿completo? , ¿incompleto?) y de la primera página de Glosa? No queda claro. Tampoco es clara su tesis, es decir, aquello de lo cual procura convencernos. ¿Qué pretende demostrar? ¿Que Saer no le gusta? ¿Que Saer la aburre? ¿Que ella está en su derecho a que Saer no le guste? Nada de eso requiere una demostración, por ende, nada de eso debería ser la idea central de un ensayo. En cuanto a los argumentos, consisten, fundamentalmente, en una enumeración de ciertos procedimientos de Saer ya advertidos por los lectores y la crítica, combinada con creencias personales enunciadas de forma pretendidamente apodíctica (como eso de que, según Closs, hay dos tipos de escritores: unos, rodeados por una halo de silencio; otros, no). Todas las falencias mencionadas aparecen también en muchas de las intervenciones en el debate posterior, en las que se mezclan sin mucho orden impresiones personales sobre la obra se Saer, cuestionamientos al canon, defensa de la libertad de expresión y perspectivas de género. 

En toda esta confusión subyacen algunas concepciones erradas que últimamente están a la orden del día. La primera de ellas es la de considerar que hacer crítica literaria consiste en informar sobre el gusto personal. Es cierto que el gusto personal siempre está presente y que uno en general se guía por él para elegir qué obras analizar en, por ejemplo, un ensayo. Ahora, admitir que el gusto está presente no significa que sea el elemento protagónico de la actividad crítica, ni mucho menos su horizonte. La crítica debería aportar algún elemento nuevo a la lectura de la obra. Para ello necesita de ciertos postulados y de cierto método, que van más allá de enumerar recursos perceptibles a cualquier lector más o menos avezado y acto seguido declarar si al crítico le gustan o no. Pongamos un ejemplo: todos notamos las digresiones de la Ilíada y la Odisea, esas parrafadas larguísimas sobre un asunto secundario en el medio de un episodio decisivo. Eso puede gustarnos más o menos. Ahora bien,  si hacemos una lectura crítica de la obra y nos detenemos en ese rasgo, tenemos que buscarle un sentido o plantear una pregunta a partir de él. Eso es lo que hace Auerbach cuando advierte la ausencia de las nociones de tensión, perspectiva y segundo plano en las obras homéricas. Si disfrutaba de leer esas digresiones o le parecían una paja mental, no lo sabemos: Auerbach tuvo el buen gusto de no comentarlo.

La segunda noción errada que genera tantas confusiones en el debate es una cierta idea del respeto según la cual este se confunde con la tolerancia. Es cierto que, dentro de ciertos límites éticos, las ideas merecen ser toleradas, en el sentido de que quienes las enuncian o defienden tienen derecho a hacerlo sin sufrir represalias. Sin embargo, no toda idea es respetable. Creer que la tierra es plana no lo es. Creer que se puede escribir un ensayo sobre una obra que no se leyó, tampoco. Se puede hacer, claro está. Nadie está sugiriendo que Closs debería ser censurada. Solamente sucede que algunas personas estamos señalando lo descabellado de su planteo. 

Tanto la falta de claridad y rigurosidad como las tendencias a creer que la crítica literaria consiste en decir “esto me gusta; esto, no” y que toda idea es merecedora de respeto están fundadas en un culto al yo y en una negación a remitirse a instancias superiores (no digamos al canon, sino a la lógica). Ojalá este ensayo de Closs fuera solo una rara avis, pero muchas de las intervenciones que le siguieron dan a pensar que a la literatura del yo le llegó su correlato teórico y crítico.

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