De las conversaciones virtuales que tuve el fin de semana y de lo que ellas suscitaron en mi pensamiento

    Por esos misterios inescrutables del algoritmo de Facebook, el viernes a la noche vi en el muro una publicación de una página que no sigo y que desconocía: Poesía de Morras, que difunde poesía escrita por mujeres y que tiene más de trescientos mil seguidores. El posteo que me apareció consistía en un meme y unas líneas que lo introducían; en ambos había una misma recomendación: dejar de leer autores varones y limitarse a leer autoras mujeres. La razón dada para hacer tal sugerencia era que en la obra de los autores varones está presente la misoginia. Luego, en comentarios a ese post y en otro que la página publicó después, se esgrimía también otro motivo: que los escritores hombres son responsables de violencias y abusos. 

    Escribí un comentario al posteo. En él dije que la recomendación me parecía espantosa, y preguntaba por el sentido de privarse de gran parte de la literatura que se ha escrito. Intercambié comentarios con algunas personas que me respondieron, sobre todo con una chica que afirmaba que la recomendación de dejar de leer autores varones respondía a un criterio feminista. Asombrada, le pregunté si pensaba que el feminismo hace tal propuesta y, en tal caso, en qué autoras o corrientes feministas se basaba. La chica me respondió de forma parcial y elíptica. Mencionó el feminismo radical de la diferencia y enumeró una serie de autoras; pero no citó nada que explicitamente dijera lo que ella decía: que dejar de leer a los varones es feminista. Mi interlocutora parecía más interesada en hacer aseveraciones sobre mí: me dijo, primero, que yo no leía autoras mujeres; al contarle yo que leo a varones y mujeres, me dijo que seguramente las autoras que leo no son "mujeres libres" y que, por leer a varones, soy "una esclava a la que le gusta lamer sus cadenas".

    El sábado, mientras desayunaba, pensaba en la última respuesta de la chica. Se me ocurrió responderle, entre otras cosas, que soy dueña de lamer aquello que me plazca.  Luego consideré que la piba estaba tan convencida de lo que ella decía que discutírselo no tenía sentido. En todo caso, seguir la conversación valía la pena porque había otra gente leyéndola, lo que era evidente por algunas reacciones positivas a mis comentarios. Entonces pensé en responder con argumentos que podían interesar a esa gente y señalar, por ejemplo, que muchas de las autoras mencionadas por mi interlocutora, si no todas, habían leído a unos cuantos varones, y que su propia obra estaba nutrida de esas lecturas. 

    Me disponía a escribir eso cuando terminé de desayunar, pero descubrí que todos mis comentarios habían sido borrados y estaba inhabilitada para volver a comentar. Más tarde, las administradoras de la página subieron un nuevo posteo en el que explicaban que habían tenido que borrar comentarios ofensivos del anterior y que se disculpaban con sus lectoras, que habían tenido que leer "esas cosas tan feas".

    Hay tantas cosas que están mal en esta historia que no sé por dónde empezar, pero trataré de enumerarlas:

1. Considerar que dejar de leer varones es una práctica feminista, como si el feminismo consistiese en odiar a los varones o ignorarlos, o como si se pudiera pensar una sociedad, una cultura o una literatura hecha solamente por mujeres. 

2. Asumir que sola y necesariamente los varones son misóginos, como si la misoginia no atravesara a todos los que vivimos en una sociedad patriarcal, también a las mujeres, y como si no hubiera misoginia en lo que nosotras escribimos.

3. Asumir prejuicios positivos --y no tanto-- sobre las mujeres, como si nosotras no pudiésemos ser misónginas, abusivas o maltratadoras; o como si fuésemos seres indefensos necesitados de tutela, de ahí la necesidad de decirnos qué leer y qué, no, y de borrar los comentarios supuestamente ofensivos para que las seguidoras estén en un espacio "seguro"--palabra que se repite mucho entre quienes apoyan la página--. 

 4. Ignorar los vínculos complejos entre arte y realidad, hablando indistintamente de la vida de un artista (si fue abusivo, violento, etc.) y de su obra (si es misógina, por qué, etc.) y asumiendo que esta es un reflejo fiel de la ideología que aquel profesa, como si en una obra de arte no tuvieran un lugar preponderante la intuición y el inconsciente, que no se rigen por las ideas que alguien defiende en su pensamiento consciente. 

5. Promover la cancelación artística, como si, ante una obra con rasgos de misoginia, hubiera que recomendar que no se lea más; como si no fuese necesario, justamente, leer la obra para detectar esos rasgos; y como si una obra con rasgos misóginos no pudiese tener también otros elementos que la hagan interesante. 

    Se me podría objetar que hay que estar medio al pedo para hacerse tanto problema por un meme de una página. Y, es cierto, medio al pedo estoy. Pero si decido dedicarle tanto tiempo a este asunto es porque advierto, en el proceder de las administradoras de la página y de algunas de sus seguidoras, una actitud tristemente generalizada: la estupidez,  pero no la estupidez así sin más, sino la estupidez encarnada en una forma específica, a saber: la necesidad constante de reconocimiento y confirmación. La tendencia a rodearnos de personas y discursos que solo reafirman lo que ya pensamos y a condenar a aquellas personas y aquellos discursos que lo cuestionan es cada vez más fuerte: va desde la valoración de artistas de dudosa calidad por el simple hecho de ser "compañeros" hasta los retoques y la cancelación que recientemente sufrieron, por derecha y por izquierda, Virginia Woolf, Agatha Christie y Roald Dahl. 

    Será un cliché, pero no deja de ser cierto: la estupidez es peligrosa. Qué miedo y  qué abatimiento da tanta zoncera.

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