La libertad no es fantástica. Algunas observaciones sobre el resultado de las PASO

(Escrito en agosto de 2023, tras la victoria de Milei en las elecciones primarias)

Me parece erróneo atribuir el triunfo de Milei únicamente a los errores del gobierno actual, las condiciones de vida apremiantes de gran parte de la población y la decepción con la política. No niego que seguramente estos hechos hayan influido en los resultados de las PASO, pero encuentro algunos problemas en circunscribir el fenómeno a esas causas. 

En primer lugar, la idea, muy en boga estos días, que más o menos dice: "el votante de Milei es el trabajador pobre y precarizado, desoído por el gobierno, agobiado por tantas circunstancias que no puede pensar racionalmente su voto ni prever sus consecuencias" huele a condescendencia, a falsa magnanimidad.  Una suerte  de "Perdónalos, Señor, no saben lo que hacen", pasado por el tamiz del progresismo. En ella hay una subestimación  y una excesiva generalización del votante de Milei: no solo lo votaron trabajadores precarizados,  y la inmensa mayoría de la gente que lo votó --pertenezca a la clase social que pertenezca--  no está privada de raciocinio ni limitada en el ejercicio de sus facultades. 

En segundo lugar, reducir la victoria de LLA a la mala gestión de los últimos gobiernos resulta mecánico, parte de un determinismo reduccionista: "si A, entonces B"; "si las condiciones económicas empeoran, entonces el pueblo se derechiza". No siempre fue así, no necesariamente es así. Si se piensa de esa forma, se ignora que el voto de una persona no está determinado únicamente por sus intereses materiales más inmediatos (si fuese así, Cambiemos no habría mantenido casi un 40% de los votos en 2019, después de una gestión catastrófica, ni habría ganado en todas las comunas de CABA el domingo pasado). Las deficiencias de las últimas dos gestiones, y la precarización en las condiciones de vida y trabajo de mucha gente durante los últimos ocho años son razón suficiente para entender la decepción con los dos partidos políticos más importantes, e incluso con la política en general. Pero esto por sí solo no explica que casi el 60% de la población haya votado a la derecha, y que, de ese porcentaje, más de la mitad haya elegido un candidato cuyas propuestas, además de inviables, están reñidas con los principios más básicos de la vida en sociedad. 

La victoria de Milei se enmarca y se explica en un contexto más amplio: un contexto de desintegración social y decadencia cultural, marcado por la irracionalidad y el individualismo extremo, que son consecuencia del neoliberalismo a la vez que catalizadores de él.  

En cuanto a la irracionalidad, deliberadamente uso ese término y no otros como "ignorancia" o "simpleza", que a fin de cuentas refieren a problemas menos graves. Doy un ejemplo: yo no sé manejar; ignoro, por ende, muchas normas y convenciones (cómo cambiar de carril, cómo avisar que vas a girar,  etc.). Seguramente aprender estas cosas me costaría más que a la mayoría de las personas, porque soy distraída y tengo un pésimo sentido de la ubicación. Aun así, si me dispusiera a hacerlo y alguien me ayudara, eventualmente lo lograría. Ahora bien, si yo dijera que eso de andar practicando no es para mí, porque es un embole; o si pensara que respetar las normas es para la gilada y no para alguien pillo como yo; o si imaginara que un dios me protege y no voy a tener ningún accidente; o si fantasmeara con que la persona que me está enseñando en realidad me está mintiendo, porque me envidia; entonces yo no sería simplemente alguien ignorante o con dificultades de comprensión: más bien sería una imbécil. Y si yo, confiada en alguna de esas conjeturas, me lanzara a manejar sin haber aprendido correctamente, sería además una miserable.

Es cada vez más corriente este fenómeno: el de no destinar siquiera un mínimo de tiempo, esfuerzo y atención a entender algo, por pereza intelectual y acostumbramiento a la inmediatez, en nombre del propio orgullo o por un deliberado oscurantismo. Vimos casos extremo en la pandemia. También podemos encontrar ejemplos en la forma en que se conduce la mayoría de los periodistas que aparecen en la televisión, cuando le preguntan algo a un entrevistado y, si la respuesta es más larga o compleja de lo que esperaban, dejan de escucharlo o directamente empiezan a interrumpirlo. Este rechazo al más básico pensamiento está  evidentemente muy instalado en la sociedad; de otra forma, sería imposible que alguien creyera que las propuestas de Milei son beneficiosas o siquiera viables (por caso, que nuestro poder adquisitivo va a ser mayor si se dolariza la economía). 

En cuanto al individualismo extremo, no me refiero a un egoísmo en el sentido más ramplón. No digo que la sociedad argentina en general ni los votantes de Milei en particular sean especialmente reacios a hacerle un favor al vecino. Por individualismo extremo me refiero al deseo cada vez más manifiesto en cada vez más personas de no ser parte de la humanidad,  de estar por afuera de ella, o mejor: por encima. Para mucha gente resulta cada vez más insoportable la idea de ser uno más, de pertenecer a una gran comunidad (los argentinos, la clase trabajadora, la especie humana) y estar sujeto a sus reglas, sus límites y sus conflictos. Esto se evidencia en una anomia y una prepotencia cada vez más explícitas, pero también en formas más sutiles: por ejemplo, en personas cuyo discurso consiste fundamentalmente en hablar de sí mismas, no importa si están dando clase, rindiendo un examen, levantándose a alguien o escribiendo un poema; en el gusto que muchos tienen por las teorías conspiranoicas, cuyo conocimiento hace sentir a su poseedor como un iniciado, alguien especial que sabe lo que los demás, no; en la compulsiva búsqueda de grupos de pertenencia cerrados y específicos, una suerte de extensión del narcisismo antes que de inmersión en lo común. 

Una forma fácil y  efectiva, al alcance de todos, de sentirse por encima del resto es el goce de la posesión --real o imaginaria-- de algo de lo que el otro carece --real o imaginariamente--: dinero, prestigio, piel blanca, belleza física, cultura, etc. El goce no reside tanto en la posesión propia como en la constatación de la carencia ajena. En Reloj sin manecillas, de Carson McCullers, un juez sureño se decide a escarmentar a un joven negro que se mudó a un barrio de blancos pobres con el siguiente argumento: la segregación racial es necesaria para que los blancos pobres puedan sentirse mejor que alguien; ¿cómo tolerar, entonces, que un negro se meta en su barrio? Finalmente, el escarmiento consiste en el asesinato del joven negro, instigado por el juez y otros blancos ricos pero perpetrado por uno pobre.

Milei apela abiertamente al deseo de muchas personas de sentirse por encima del resto: "vengo a despertar leones, no corderos", supo decir. Es el primer candidato a presidente cuyo discurso no incluye la idea de comunidad. No se dirige al conjunto de los argentinos. Tanto en su spot de campaña como en su discurso tras la PASO se refirió a "los argentinos de bien". No hay, así sea ficticio, un proyecto común, sino la idea, más ficticia aún, de que cada uno haga la suya y que gracias a su propio esfuerzo le vaya bien: "sos el arquitecto de tu propio destino", reza su spot. Hay también en su discurso una insistencia en el castigo y el despojo: arrebatarle los privilegios a la casta, asegurarse de que el que las hace las paga, etc. De hecho, los momentos de mayor efervescencia suyos y de sus oyentes suelen darse cuando habla de la derrota, el fracaso y el castigo que les espera a sus oponentes (sean los políticos tradicionales, los delincuentes o los piqueteros). 

En los votantes de Milei, por otra parte, no se advierte un desconocimiento de sus propuestas, sino del alcance que estas tendrían si llegaran a aplicarse. En sus comentarios en YouTube, Facebook y portales de noticias aparece una dinámica recurrente, la de celebrar las medidas de su candidato, suponiendo que el perjudicado va a ser otro: que el acceso a la salud va a dejar de ser gratis solo para los extranjeros, que los presos se van a tener que pagar la comida, que la desaparición de las indemnizaciones únicamente va a perjudicar a los que no hacen bien su trabajo. Y ese perjuicio que se supone va a sufrir el otro es tomado con indiferencia o, más aún, con abierta celebración. 

Que un gobierno que asumió diciéndose popular haya hambreado al pueblo y se la haya pasado pegándose tiros en el pie aportó lo suyo, eso seguro; pero la victoria de Milei no se entiende sin también tener en cuenta que vivimos en un mundo y en un país donde se han cancelado artistas por derecha y por izquierda, donde alguna gente tomó cloro para protegerse de un virus porque lo vio en la tele, y donde otra gente lleva a sus perros a un bar pet friendly pero, si a ese mismo bar entra un vendedor ambulante, lo mira con el mayor de los desprecios.

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