¿Por qué, Padre, si me consagraste hembra, Si me alzaste del polvo para que fluyera entre las cosas Y coronase todos tus delirios, Por qué, digo, me ultrajaste así? ¿Por qué me privaste del aullido? ¿Por qué me arrebataste la ferocidad que me encumbraba? ¿Por qué me negaste todas las raíces y me secaste los cauces del instinto? ¿Te agrado, acaso, así, bípeda depilada, Caricatura de la bestia magnífica que podría haber sido? ¿Por qué me privaste del aullido? A mí correspondía Un rugido estrepitoso De hembra desbocada Ávida incluso en el vacío Pero tengo, en cambio, esta lengua raquítica ¿Te complace, acaso, oír mi voz domesticada, extranjera del vasto aquelarre del sonido? Gimo a veces Cuando como quien dice amo Y remedo entonces un aullido Pero se vuelca enseguida al engaño de la articulación Entonces profiero interjecciones aprendidas en la escuela O nombro a aquel que como quien dice estoy amando Con sus nombres más superficiales Q...
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